A Dios rogando y con la dieta dando

Que la obesidad haya alcanzado proporciones epidémicas es algo que a nadie o a casi nadie se le escapa, pero que esta sea una cuestión que haya que abordar desde los púlpitos quizá no sea tan de dominio público.

El caso es que preocupados por la situación de obesidad muchos de sus feligreses algunos curas y párrocos de Estados Unidos -dónde si no- han iniciado una serie de campañas para tratar de ponerle coto a este problema. Algunos de sus argumentos para justificar su iniciativa es que según la mayor parte de credos, o al menos de muchos de los más representativos en aquel país, se sostiene que nuestros cuerpos no son nuestros, pertenecen a Dios y que por tanto deberíamos cuidarlos; y el estar obeso no es la mejor forma de hacerlo.

Me gustaría saber con qué profesionales van a contar para poner en práctica qué medidas; pero de lo que no cabe duda es que algunas de las ya tomadas responden a la lógica sin precisar de la intervención de un profesional sanitario. Por ejemplo, el pastor Michael Minor de la iglesia Baptista ha prohibido comer pollo frito en el salón parroquial, algo que por lo menos en estas latitudes parece bastante de cajón, ya no solo por el tema de la obesidad en sí, sino por lo que yo entiendo como el mínimo decoro una vez que uno decide ir a la iglesia. Ahora bien, me llama la atención que la noticia, hasta donde yo tengo alcance, se centre en el pollo frito. Es decir, se prohíbe éste pero ¿se permiten, por decir algo, las enchiladas? No lo sé, a ver si al final lo van a pagar los “justos” (pollos) por (otros) “pecaminosos” alimentos. La cuestión no está en la bondad o maldad del alimento en sí, si no más bien en el uso que de ellos se haga.

Que conste que no me parece mal, al contrario, me gusta. Pero como digo me preocupa en cierta medida la forma en la que se termine llevando a cabo la intervención dietético-religiosa. Se han previsto, por ejemplo, los “domingos de ensalada” (¿y el resto de días?), pistas para caminar dentro de los aparcamientos de algunas iglesias (sí, en USA lo hacen todo así, a lo grande y sus iglesias, al parecer, tienen aparcamientos) y un surtido conjunto de iniciativas. Entre ellas, y aquí es donde yo quería llegar, cuando la cosa empieza a desvariar, el plantear un desafío entre iglesias de distintas localidades con el fin de retarse a ver quien es capaz de reducir más la grasa entre los feligreses en el plazo de 100 días.

Como estas cuestiones ya llevan un cierto tiempo en marcha son bastantes los párrocos que han podido hacer balance y afirman que ya se empiezan a ver resultados positivos, no solo en el estado de salud de los fieles, sino también en la forma de canalizar los problemas y preocupaciones que terminaban por hacerles comer más de la cuenta.

¿Se verán algún día en España medidas semejantes; se planteará, llegado el caso, consagrar las formas con pan bajo en calorías?

—————————–

Foto: Mike Licht, NotionsCapital.com