La cocina, ¿nos gusta o nos gustaría que nos gustase?

CocinaTengo la impresión que cuanto menos relación tiene una población con los fogones más atraída se siente por el reclamo mediático de la cocina.

En nuestro tiempo cocinamos menos que nuestros padres y, a su vez estos cocinaron menos que nuestros abuelos. Cabría pensar que el ser humano, a medida que “evoluciona” va perdiendo su interés por la cocina. Hay quien dirá que esa “evolución” a la que me refiero conlleva un cambio de valores y que ello afecta al tiempo que terminamos dedicándoles fruto de esa  restructuración. Pero cambiemos de perspectiva a ver qué pasa.

Si atendemos a la presencia de cuestiones culinarias en nuestras vidas podría parecer justo al revés de lo expuesto. Me explico, basta por ejemplo el comprobar la cantidad de programas de televisión que en distinto horario y formato se dedican a la cocina, por no hablar de canales temáticos entregados en cuerpo y alma a estas cuestiones). Pero hay más ¿has hojeado cualquier suplemento dominical, el que sea? Ahí está la receta de turno. Y no hace falta que sean suplementos, las revistas del corazón, las del motor, las de viajes y si me apuran hasta las especializadas en aspectos tan bizarros como las maquetas de tanques de la II mundial ofrecen un artículo, cuando no una sección, titulada por ejemplo, “La alimentación de la Wehrmacht durante la batalla de Járkov”.

Merecen mención aparte los realitis televisivos al estilo “Todos contra el chef”, “Esta cocina es un infierno”, “Pesadilla en la cocina” (ya sea en su versión nacional o extranjera) etc. que, no si es por casualidad, pero parecen títulos de un imaginario cocinero llamado Stephen King (la verdad que me tiene un poco perplejo esta coincidencia)

Además está el tema de los recetarios, que por otra parte han existido desde siempre; más o menos populares, o más o menos selectos, eso sí. ¿Cuántos tienes en tu casa y cuántas veces los consultas? Su presencia tanto en incunables como tras la invención de la imprenta ha sido constante, y muchos de ellos han marcado generaciones cuando no siglos enteros. Aun recuerdo la colección de tebeos que mi madre recopiló en sus años chicos (“Florita” creo recordar que se llamaba) en los que no podía faltar una receta. Así ha sido siempre y, al parecer, así seguirá siendo.

Pero hay una diferencia importante, antes cocinábamos (bueno, en realidad sólo lo hacía la mitad de la población: la femenina) y hoy no cocina ni Blas, ni aquella mitad ni la otra; o al menos lo hace muy poco (y le toca más a menudo a la mitad de siempre). Hay quien justifica esta realidad apelando a una errónea “igualdad de sexos”. Bien me parece lo de la igualdad; pero no que cuando a ella se apele se haga siempre “igualando” por la parte de abajo: En vez de dejar de cocinar todos ¿por qué no cocinamos todos? Otros argumentan que la actual situación responde a cuestiones relacionadas con la organización de las jornadas laborales y escolares. Influye, no lo negaré, pero no determina… salvo que queramos que lo haga: “En ocasiones lo urgente no nos deja tiempo para hacer lo importante”, decía aquella Mafalda del genial Quino.

Al mismo tiempo, no debemos de perder de vista otros elementos propios de este panorama. Nuestra generación -y la que estamos criando- manifiesta unos problemas de salud intrínsecamente relacionados con la alimentación que antes no conocíamos. ¿Casualidad? Puede que sí, pero no lo creo.

A día de hoy, tristemente, cada programa de cocina, cada receta de suplemento y cada jornada gastronómica se convierte en un “brindis al sol”. Un brindis con el que reafirmamos nuestro compromiso con la culinaria y que luego olvidamos ante la menor eventualidad, verdadera o inventada. Y ante un sol que antes reía viendo como familias enteras compartían, disfrutaban, cocinaban y comían entorno a alimentos y recetas, y que hoy se apaga delante de las pantallas de plasma, del papel cuché y de los envases termosellados de albóndigas al estilo de la abuela con fecha de consumo preferente.

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Foto: betsyjean79