El asunto de los omega-3 no se aclara ni a la de idem

Los ácidos grasos conocidos como omega-3 están en boca de muchos, se podría decir que su uso es de “dominio popular”, aunque lo de “dominio” podría ser bastante matizable. En realidad son pocos los que saben a qué se refiere esta terminología; afortunadamente es bastante sencillo de explicar. Allá vamos, desde el principio.

¿Qué son los ácidos grasos?

Para empezar un ácido graso es una molécula de naturaleza lipídica, es decir, de grasa, que de forma gráfica se suele representar por una más o menos larga cadena de carbonos (su número es importante para determinar su tipología) y que en uno de los extremos está cerrado por un grupo carboxilo (-COOH) y en el otro por un grupo -CH3. Una representación esquemática sería la siguiente:

A su vez, los átomos de carbono que quedan entre medio de los extremos cuentan con dos enlaces que pueden:

  • Volver a “emplearse” con el átomo de carbono que les precede o antecede, en cuyo caso tendríamos un doble enlace entre esos dos átomos de carbono, o bien,
  • Ocuparlos para unirse con sendos átomos de hidrógeno. Que haya o no dobles enlaces en un ácido graso ofrece la segunda posibilidad de caracterizarlo (recordemos, la primera es el número de átomos de carbono de la cadena)

Si no hay ningún doble enlace en la cadena estaríamos ante los que se denominan ácidos grasos saturados (“saturados” por que todos los enlaces posibles, los que no están ocupados formando la cadena, están “ocupados” con hidrógenos.

Si por el contrario sí hay dobles enlaces presentes en la cadena del ácido graso, se trata entonces de ácidos grasos insaturados. Si hay un único doble enlace en la cadena estaríamos ante los denominados monoinsaturados (como es el caso del ácido oleico, el característico del aceite de oliva) y si hay más de uno polinsaturados. Así de sencillo.

Llegando a los omega-3

La siguiente posibilidad de tipificar los ácidos grasos en el caso de los polinsaturados hace destacar el primer carbono que esté implicado en un doble enlace. Para numerarlos, se empieza a contar desde su extremo -CH3. Entonces ya lo tenemos, un ácido graso omega-3 hace referencia a que es un ácido graso insaturado cuyo primer doble enlace lo comparten el carbono nº 3 y nº 4 contando desde el extremo no carboxílico.

Los beneficios de los omega-3

Durante gran parte del siglo XX todo concepto graso estuvo bastante criminalizado: grasas, así en general era igual a algo malo; y de ahí que los más antiguos del lugar aún recuerdan lo del pescado blanco bueno y el pescado azul malo (por ser más graso que el primero). Sin embargo, a finales del SXX la cosa se fue perfilando y parecía que no todas las grasas eran igualmente malas y que incluso las podía haber buenas (llegado este punto quizá a alguien le convenga echar un vistazo a esta entrada, “la maleta de Asimov”) y se dio con la bondad de los mencionados ácidos grasos omega-3 presentes de forma importante en el pescado y en menor cantidad en algunos vegetales.

Y así hemos estado mucho tiempo desde principios de los 80 loando las virtudes de este tipo de lípidos y por ellos, a su estela, han salido tantísimos estudios científicos y artículos en revistas de renombre, poniendo evidencia sobre el tema. Las principales ventajas atribuidas al consumo de alimentos con ácidos grasos omega-3 se han centrado en su presunto beneficio sobre la salud cardiovascular.

Sembrando la duda

Cuando parecía que en este sentido todo estaba más o menos claro a “la maleta de Asimov” le entraron sus dudas y lo que hasta ahora parecía cierto e inamovible sobre este tema resulta que puede no serlo. Resulta que una reciente revisión publicada no hace más de tres meses sobre el efecto de los omega-3 en la salud cardiovascular ha sembrado la duda al respecto. Se trata de un metaanálisis (esa clase de estudios que aportan el máximo de evidencia sobre el tema en cuestión) publicado en JAMA (Association Between Omega-3 Fatty Acid Supplementation and Risk of Major Cardiovascular Disease EventsA Systematic Review and Meta-analysis) y que ha considerado 20 ensayos previos con un total de muestra de más de 68.000 sujetos. La conclusión final del artículo sostiene que “En general, la suplementación con ácidos grasos poliinsaturados del tipo omega-3 no se asoció ni de forma relativa ni absoluta con un menor riesgo de mortalidad por cualquier causa, ni en concreto tampoco con la disminución del riesgo por muerte súbita, infarto de miocardio o ictus”.

Este resultado es bastante contradictorio con respecto a lo que ya se creía saber al respecto, o cuando menos controvertido. Uno de los elementos que me gustaría destacar es que la mayor parte de este estudio está centrado en los efectos de los suplementos de omega-3 y no en el aporte de este nutriente a partir de los alimentos. No es la primera vez que se ha puesto de manifiesto la ineficacia de los suplementos alimenticios (lo de las vitaminas y minerales es un caso paradigmático… y conocido desde hace bastante tiempo) a pesar de la existencia de sólidas hipótesis que preveían unos beneficios claros a tenor de los datos epidemiológicos.

Otro de los elementos a considerar sobre los resultados es la relación entre los triglicéridos y las enfermedades cardiovasculares. A pesar de que la cifra de los triglicéridos sí que descendió en relación con la inclusión de suplementos de omega-tres, esta reducción no se tradujo, en una menor incidencia de la enfermedad cardiovascular entre estos sujetos. Es decir, se redujo el factor de riesgo y sin embargo la enfermedad no disminuyó, curioso cuando menos.

No cabe la menor duda de la necesidad de seguir investigando sobre este tema e incluir, quién sabe, nuevas variables en la ecuación, por ejemplo: ¿habrá individuos genéticamente predispuestos a la acción benéfica de los omega-3 y habrá quienes no obtendrían mayor beneficio con su inclusión en la dieta?

De momento seguimos con la maleta a cuestas… y de tiendas.

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foto: jcoterhals