Si tú comes bien, ell@s comen bien

 

Si usted come bien la probabilidad de que sus hijos también lo hagan aumenta exponencialmente.

Hace unos pocos años un anuncio institucional del Ministerio de Cultura para el fomento de la lectura usaba este recurso perfectamente aplicable al acto alimentario (y a muchos otros). No sé si será por casualidad pero además de fomentar este hábito, a los protagonistas del anuncio se les veía desayunar mientras leían. Casualidad o no me viene de maravilla para comentarles la importancia de los poderosos mensajes que lanzamos a nuestros hijos cuando nos ven practicar un determinado patrón de alimentación (o de estilo de vida).

¿Les dice a sus hijos que coman fruta y usted no lo hace? ¿Les insiste en la importancia del desayuno y usted sale de casa sin sentarse a desayunar? ¿Mantiene un patrón de vida sedentario y obliga a sus hijos a que hagan deporte? ¿Le preocupa el peso de su hijo y usted no adecua el suyo? ¿Les obliga a que se terminen el brócoli mientras usted come otra cosa?, etc. Si las respuestas son afirmativas sepa que les está mandando dos mensajes contradictorios uno de palabra y otro con su ejemplo. Uno de ellos infinitamente más poderoso que el otro.

Como en muchas otras facetas de la vida el mensaje del ejemplo suele ser mucho más eficaz que largos razonamientos e interminables peroratas a cerca de lo conveniente de comer de una determinada forma o de mantener un concreto estilo de vida. Este hecho ha sido constatado en diveras ocasiones en distintos estudios de intervención que vienen a resumir que el modelo de preferencias alimentarias que profesen los adultos ejerce un papel importante en el desarrollo de las preferencias alimentarias de los más pequeños.

Para que nuestros hijos adquieran unos adecuados hábitos alimentarios les sugiero que empecemos nosotros mismos por adquirirlos y, además, que pongamos buena cara mientras lo hacemos.