ya estamos bien metidos en septiembre y en este momento, después del veranito, suele coincidir con el sucinto planteamiento que muchas personas se hacen a cerca del rumbo que llevan sus vidas. echando la vista atrás podemos hacer balance de lo que el verano nos ha aportado: por un lado, arena en las alfombrillas del coche y en algunos zapatos (hecho que suele ser asumido con cierta nostalgia); además, nuestra carga de melanina está a tope y lucimos un favorecedor moreno que, poco a poco, se va desvaneciendo. pero por otro lado, nuestra cuenta corriente aparece más enflaquecida que nunca, a diferencia de nuestro panículo adiposo, que según las estadísticas, está mas repleto que al empezar la temporada estival, allá por el mes de mayo. vamos, que pesamos más.
con el poco dinero que nos queda y resistiendo a duras penas el incremento del iva y el aluvión de facturas que nos acosan, decidimos cerrar filas al gasto y hacernos fuertes en casa saliendo lo menos posible. no obstante nos permitimos pequeños estipendios que pensamos nos ayudarán en esta labor de eremita haciendo la reclusión más llevadera (hay que ser iluso). de esta forma es posible que decidamos hacer una colección de esas por fascículos: montar un reloj de cuco tan grande como una lavadora, construir un triplano de la primera guerra mundial (esta vez a escala) o completar una más que sugerente colección de 200 dedales de porcelana o de 150 abanicos. todo ello en el nada desdeñable plazo de dos o tres años. lo bueno del marketing es eso, que sabe lo que necesitamos en cada momento, y ahora es lo que toca, fascículos a tutiplén.
aparte del bolsillo, otro de los frentes abiertos es, como ya he dicho, el de los kilos. para ganar esta batalla es posible que decidamos apuntarnos a un gimnasio con la peregrina idea de que el picor de los dineros invertidos sea suficiente acicate para tomárnoslo en serio esta vez y acudir de un modo frecuente (y no como aquel año que lo estuvimos pagando durante 8 meses y lo pisamos dos veces). cuando no se tiene el hábito, el apuntarse a un gimnasio no es tarea sencilla. de entrada, a la hora de cumplimentar la matrícula nos encontramos con el primero de los obstáculos: ¿me inscribo en algún deporte de salón, de esos que al abrigo de la moda hacen furor al estilo del spinin, aqua-bike o lanzamiento de boomerang in-door (en los que aguerridos monitores nos harán perder el aliento hasta llegar al vómito), o bien por el contrario me apunto a máquinas, pasando la interminable hora, mitad corriendo por una cinta transportadora y la otra mitad moviendo los brazos mecánicamente en alambicados potros de tortura? toda una duda.
conseguir acabar un coleccionable por fascículos y perder los kilos que nos sobran con este método suelen ser tareas difíciles, más que nada por que la buena intención inicial y nuestra voluntad en ambos casos no suelen ser herramientas suficientes por mucho que nos parezca que sí al principio.
en el caso de los fascículos parece mentira que sigamos picando en la publicidad. fugazmente y en letra de pata de mosca (lo que hace casi imposible su lectura) aparece el precio de las sucesivas entregas y de cuántas dosis, semanales, quincenales o mensuales constará la colección. normalmente salvadas las primeras, las segundas y, a veces, las terceras entregas, las siguientes suelen cuadriplicar su precio. esto se traduce en que, por ejemplo (y esto es un hecho comprobado) en el caso de un coche de radio control, se llegue a pagar al finalizar los 36 meses de agónica sangría un total de 1200 euros de vellón (unos 800 más que otro semejante, montadito o no, pero siempre disponible al momento en cualquier tienda de modelismo).
el tema del gimnasio pinta, si cabe, peor. no hay letra pequeña; nadie te advierte de los riesgos… ya en su debut, el neófito gimnasta, con una impedimenta anticuada y normalmente hasta ridícula (recordemos que la época no es propicia para el gasto) se encontrará con una dura prueba para su orgullo: tendrá que luchar con la imagen de los monitores y de veteranos usuarios del gimnasio que, a modo de narcisos modernos, harán brillar ufanos sus músculos frente al espejo. es posible que resignado con el resultado del primer día de sudores, el principiante acabe con una buena dosis de agujetas que limitarán en cierta medida acudir el próximo día:
“cuando se pasen ya volveré” suele ser una muletilla recurrente.
suponiendo que este problema inicial sea vencido, el día a día marcará la continuidad del hábito gimnástico y, un día sentado placidamente, se empieza a echar cuentas:
“salgo del curro a las 19:30: al estilo fernando alonso cruzo la ciudad imposible por el tráfico, busco aparcamiento, me cambio, sudo durante una hora, me ducho, me vuelvo a cambiar, me tomo la obligada cervecita con los colegas, voy a por el coche, aparco de nuevo… no llego a casa antes de las 22:30. es im-po-si-ble”.
buen balance para una triste hora de gimnasio.
el tiempo es una mercancía de valor incalculable en nuestros días y más tarde o más temprano los inconvenientes temporales de este nuevo hábito deportivo empezarán a hacer mella en el aprendiz de apolo. junto con esta breve visión pragmática del tiempo invertido, es muy posible que los empujones, sudorosos o no, en un vestuario siempre atestado en hora punta, el tener que esperar a que la ducha quede libre, el hacer uso de unos sanitarios poco higienizados con efluvios de anteriores usuarios en el ambiente, los hongos y demás ventajas de los modernos gimnasios, desequilibren la balanza y sea entonces cuando nos demos cuenta que el desembolso económico no basta para justificar semejantes penurias y se mande todo al garete. al principio habrá excusas más o menos plausibles: tengo mucho trabajo, he quedado o simplemente parece que hoy no estoy muy católico. más tarde, se perderá el hábito y, simplemente, se deja de ir (se pague o no se pague).
retomando las estadísticas, sólo me interesa que sean conscientes de lo que éstas dicen: una mínima parte de quién empieza una colección por fascículos la termina. en el caso de los gimnasios el mayor índice de inscripciones se producen en estas fechas, más aun que a principios de año y que en los primaverales meses de la operación bikini. sin embargo, más de la mitad de los nuevos inscritos habrá dejado de acudir al centro deportivo en menos de dos meses. además, si bien al principio se suelen perder unos kilillos relativamente fácil con la práctica deportiva, con el tiempo ésta pérdida se ralentiza más allá de las expectativas. por tanto, y siendo que vivimos en la sociedad del culo veo, culo quiero, cuando la posibilidad de alcanzar la meta ponderal propuesta se alarga en el tiempo (al igual que la esperanza de acabar la colección de marras en un plazo razonable) abandonamos y, así, se quedan los michelines instalados… y la maqueta del galeón “nuestra señora de atocha” en el dique seco (es decir, en cualquier rincón de casa) ensañando sus cuadernas y con cuatro cajitas de estilo luis xv sobre su inacabada cubierta. cajitas que contendrán a su vez las tampoco finalizadas colecciones de minerales o de relojes de bolsillo que comenzamos en su día con la mejor de las intenciones.
con respecto a los coleccionables hagan lo que les de la gana, pero les invito a que no reúnan cacharros para los que no tienen ni tan siquiera sitio, se lo digo por experiencia (yo sí que acabé una de 72 aviones con sus fichas y libritos y ahora no sé que hacer con ellos). y con respecto a los kilos traten de adoptar medidas asequibles y perdurables en el tiempo que aunque sean o no tan populares como el acudir a un gimnasio, nos ayuden de un modo efectivo a mejorar nuestra calidad de vida. y en este caso se lo digo por experiencia profesional.
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foto 1: jaci xiii