¿Que tu hijo come de todo? No te preocupes, ya cambiará

En 2008 tuve la ocasión de conocer personalmente al pediatra Carlos González y ya puestos le pedí que me firmara uno de sus libros (“Mi niño no me come“). Si tienes hijos, te lo recomiendo. Bueno, ése en concreto o cualquiera del Dr. Carlos González, el último que ha caído en mis manos es “Entre tu pediatra y tú“: demoledor.

En la conversación, le comenté que tenía dos hijas, una de 4 años, Adriana, y la otra de apenas un mes, Carolina, y que su madre y yo estábamos muy tranquilos ya que la mayor “nos comía de todo”. Su respuesta, contundente, me dejó perplejo: “no te preocupes, ya cambiará” o lo hará con bastante probabilidad… Ciertamente, así fue, tenía razón. Con el paso de los años la mayor (ahora tiene 8) empezó a rechazar alimentos que antes, no es que “aceptara”, sino que estaba claro que le gustaban.

Habitualmente los gustos y preferencias de los niños en la mesa son todo un quebradero de cabeza para los padres. Los motivos típicos son varios: “no les gusta” lo que sus progenitores consideran que es bueno para ellos, o simplemente se niegan a probar (¿Quién no ha dicho alguna vez eso de “pero cómo sabes que no te gusta si ni tan siquiera lo has probado”?), o sencillamente cambian, lo que ayer “les gustaba” y comían, hoy se niegan y ya no les gusta (tal y como ocurrió en mi caso). O a la inversa, pero este caso, que accedan a comer algo que antes no les gustaba y ahora sí, no suele ser motivo de preocupación sino de alegría y tranquilidad (“¡por fin come!”)

La clave, al menos en nuestro caso, ha sido no darle la mayor importancia. ¿Qué ahora no te gusta (y antes sí) cualquier cosa? pues no te preocupes hija, no lo comas. Y a otra cosa mariposa. Así, sin presiones, ni premios, ni castigos por que se coma o no se coma algo vamos… yendo. Y así, resulta, que ahora ella misma vuelve motu proprio a aceptar aquellos alimentos que antes rechazaba. Sin bullicios ni alharacas.

La que me tiene más despistado es la que en septiembre de 2008 tenía un mes y ahora cuatro tacos. Me refiero a la pequeña, Carolina. Su catálogo de alimentos preferidos no sólo es infinito, sino que además contradice lo habitual. Es decir, que le gustan. Se pirra, por aquellas cosas que son poco habituales que le gusten (creo) a una niña de su edad: conservas de anchoas, pescado de cualquier clase, etc. Pero el colmo de los colmos es el tema de las ostras. Sí, estas navidades hubo en dos ocasiones ostras en la mesa. y me dije, “te vas a enterar, Carolina”:

– A ver carolina, ¿te apetece probar esto? (y a la mayor igual, pero su cara era ya todo un poema nada más verlas… así que lo que me imaginaba, que no)

– Siiii -después de no haberse perdido detalle de los esfuerzos de su padre por abrirlas-

Y va y un servidor escoge la más pequeñita. La suelto de su valva, le pongo unas gotitas de limón y se la llevo a la boca con la concha… como mandan los cánones. ¿Y…?

Tras un escalofrío y poner un ojo para Tudela y el otro para Triana fruto de la acidez del limón, me mira y… sonríe.

– ¿Te gusta, carolina?

– Siiii –contesta contundente mientras se relamía su sonriente boca-

Tal fue, que el primer día de ostras se endiñó tres, y el segundo, cuatro.

Y yo me pregunto, qué puñetas pasa por esas cabecitas para decidir que algo es bueno para probar y qué no lo es. Y más allá, una vez en la boca qué elementos intervienen para decidir que si les gusta, o que no. Sinceramente no lo sé. Lo que sí tengo claro, porque así lo aconsejan todas las recomendaciones en este terreno (y porque me parece lo más racional y porque así nos va fenomenal), es que no hay que darle mayor importancia.

El aspecto general de un alimento es, supongo, uno de sus elementos. pero en el caso de mi hija Carolina está claro que no, o que al menos le puede condicionar, pero no le va a determinar la decisión final. Os cuento que la cosa tiene su retranca.

El aspecto de las ostras no es muy “normal” y puede resultar hasta repulsivo, lo reconozco. Y eso debió de apreciar también Carolina que justo antes de comerse la segunda ostra y sin que su hermana hubiera dicho esta boca es mía va y dice:

– Adriana -a su hermana mayor- no mires que te va a dar asco.

Nos quedamos a cuadros. A ver, le reconoce un aspecto poco “atractivo”, pero decide probar y luego, repetir. y además… “proteger” a su hermana respetando totalmente su decisión.

Lo dicho, si tienes hijos pequeños, no desesperes a la hora de lo que comen o no. Trata de comer con ellos todas las ocasiones que puedas. Haz de tu comida un ejemplo de lo que ellos podrían comer. Que comen bien (según lo que tu consideras bien) estupendo, que no, pues también, estupendo. No presiones, no premies y no castigues. La mejor guía sobre cuánto tiene comer un niño sano es… ese mismo niño. Su apetito ha de ser la guía. Tú preocúpate porque la oferta de alimentos sea más o menos saludable, de las cantidades deja que sea él quién mande.

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