si un día me pierdo, no me busquéis en el pasillo de los precocinados. en general no me gustan. lo que no quita para reconocer que en alguna ocasión haya tenido que recurrir a ellos (cuando “tener” denota obligación).
no me gustan ni en lo personal, como consumidor, ni en lo profesional como dietista-nutricionista. no voy a entrar en cuestiones de gustos personales, allá cada cual, pero para mí no tienen ni punto de comparación una tortilla de patata hecha en casa con uno de estos platos preparados que ya son frecuentes en los supermercados; ni unas lentejas, ni una “paella”, ni unas albóndigas, etc. reconozco que para alguno de estos platos preparados, por ejemplo para las albóndigas, aun no he reunido el valor necesario para probarlos o no me he visto en la necesidad de hacerlo.
por su parte, en lo que se refiere a sus características nutricionales los platos precocinados, el grupo en general, están en la picota con bastante frecuencia. la razón es que con frecuencia se les atribuyen tres características generales: presentar un exceso de grasa, aportar demasiadas calorías y tener un exceso de sodio. características que se pueden presentar de forma aislada o en distinta combinación. además también son sospechosos de incluir más azúcares, por no hablar de potenciadores de sabor, colorantes, espesantes etc. y otros aditivos que no es que sean malos per se, pero que contribuyen a ocultar o enmascarar sus verdaderas cualidades organolépticas. tal es así que desde un tiempo a esta parte, como ya puse de relieve en esta entrada, la industria está volcada en hacer valer en su publicidad la reducción en estos nutrientes clave, o en su mejora del perfil nutricional con respecto a estos aspectos. aunque, como en todo, también hay excepciones.
escasa trazabilidad en los alimentos precocinados
pero uno de los elementos que aun no he abordado en este blog es el tema de la trazabilidad. este hecho se ha puesto de manifiesto en la reciente crisis sobre presencia de carne de caballo allí donde en principio no debería estar. empezó en el reino unido, siguió aquí en españa con el análisis de la ocu y sigue siguiendo en otros países de europa, donde se ha encontrado carne de caballo en las lasañas precocinadas de diversas marcas, entre ellas, alguna con tanta tradición como findus. el problema a la hora de depurar responsabilidades es la famosa trazabilidad. es decir, el sector europeo de los platos precocinados es una maraña de fabricantes e intermediarios en la que nadie parece ser responsable último de nada. se hace muy difícil encontrar responsables cuando, en este ejemplo, las lasañas contaminadas con carne de caballo eran de la marca sueca findus, elaboradas en luxemburgo por una empresa de francia con carne de mataderos de rumanía, encargada a un intermediario de chipre que se la había adquirido a otro de holanda… increíble, con este viene y va, a ver quién es el guapo que se hace responsable. así, la primera pregunta que me surge es, pero si nadie sabía que era carne de caballo ¿quién garantiza entonces que el caballo de origen estaba sano?
el caso es que tras la famosa crisis de las vacas locas la unión europea estableció una serie de estrictas normas en lo que se refiere a la carne que se comercializa fresca, pero estas normas no son de aplicación a los ingredientes, y por tanto a las carnes, de los platos precocinados.
¿que por qué no me gustan los platos precocinados? pues además de todo lo dicho, porque me resulta mucho más difícil identificar sus ingredientes y el riesgo de picaresca es mucho más elevado que en el caso del mismo producto pero con un origen más casero. ¿te acuerdas de lo de come comida o come solo aquello que tu abuela identificaría como comida?
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foto: spirobolos