Manolo 48 años, 97 kilos y su dieta mediterránea

PaellaEscenario: día de verano de cualquier mes de cualquier año de nuestra época.

Manolo de 48 años, empresario de éxito, casado y con dos hijos, disfruta de su más que merecido descanso en una populosa playa de nuestras extraordinarias costas. El tiempo es maravilloso, un poco caluroso. Acodado en la barra del chiringuito pide el segundo tinto con gaseosa (el “refresco mediterráneo”) que rápidamente se lo sirven acompañado de otro platito de olivas aliñás y encurtidos, un tapeo mediterráneo. Cómodamente instalado en su taburete, no pierde detalle de la evolución de sus dos hijos de 12 y 14 años luchando por avanzar mientras practican junto a un apolíneo y bronceado monitor el deporte acuático de moda, el paddle-surf:

Manda cojones -piensa- no se han movido ni medio metro, yo a su edad, y con el tiempo que llevan, a estas alturas estaba ya en Mallorca. Son medio inútiles, se pegan todo el día dale que te pego a la consola y luego… pasa lo que pasa.

Al rato llega su mujer que estaba tostándose al sol en plan lagartija. Sonriente, le dice que es la hora de comer y que la paella que habían encargado debía estar ya reposando. Llaman a los chicos, se sientan en una mesa y Manolo pide su jarra de sangría (vino, gaseosa, azúcar, vermú y algo de fruta) y unas patatas fritas con aceite de oliva, artesanas y mediterráneas. Los chavales beben Coca-cola como si no la hubieran probado nunca, y la santa esposa rebujito. Cuando el camarero trae la famosa paella no saben si enmarcarla o comérsela. Como en realidad no hay porqué decidir entre una cosa u otra, Manolo primero la inmortaliza con su iPhone de última generación y luego… a darle al diente.

No es la primera vez que visitan el chiringuito y sabedores de las especialidades de la casa, acompañan la suculenta y colorista paella de marisco con un ali-oli magnífico, por supuesto, con aceite de oliva virgen extra. Tras repetir dos veces, y antes de hacerlo la tercera, Manolo pide una de las estrellas de la carta del chiringuito, una ensalada mediterránea. Más que nada para pasar el arroz, que está de infarto.

Al llegar a los postres, Manolo, con el cordón del Meyba hace horas suelto, yace repantingado en la silla de plástico con las piernas pegadas a la misma por el sudor. Y le comenta a su mujer

Uuuuuf, no pueeeeeeedo más, me voy a pedir un postre ligerito, de los muy de aquí, y me subo a echar la siesta al hotel. Estooooo… creo que voy a pedir este que se llama “Cremoso de limón, pepino con helado de manzana verde y albahaca sobre emulsión de gin-tonic” [Nota: era un chiringuito de 5 tenedores]

Acabada la comida, pagada la cuenta y una vez en la habitación, tras poner el aire acondicionado al máximo, Manolo se queda plácidamente transpuesto, satisfecho a su manera, por haber contribuido de manera positiva a la mejora de su salud incluyendo la dieta mediterránea en su estilo de vida. Aunque sea, dicho claramente… a lo bestia.

Con esta entrada a modo de caricaturesco preámbulo inicio en este blog un monográfico dedicado en cuerpo y alma a la “dieta mediterránea” sus origenes, chascarrillos y múltiples curiosidades que creo serán de vuestro agrado. Habrá varias entradas que bajo el título genérico de “Dieta mediterránea: orígen, mito y realidad” se encargarán de abrirnos los ojos sobre esta ¿propuesta dietética?

A modo de aperitivo te diré que los alimentos que son propios y característicos de la “dieta mediterránea” no suelen recurrir a la publicidad (al  menos de forma importante) y si lo hacen no suelen hacer alusiones a la misma ni a su mediterraneidad. Así, como regla general susceptible de contar con sus excepciones, sí alguien hace publicidad de un alimento como mediterráneo… es que  no lo es.

No te las pierdas.

———————————————-

Imagen: Manuel M. Vicente vía Wikimedia Commons