Cuando nace un bebé, al menos en nuestro entorno, se realizan una serie de protocolos para comprobar su estado de salud. Entre los primeros figuran el comprobar que el bebé es capaz de respirar por sus propios medios (de ahí la estampa icónica de esperar a oír su llanto, señal de que respira) y otro de ellos es contrastar el reflejo de búsqueda u hociqueo. Es decir, contrastar si con la estimulación de la zona cercana a la boca el recién nacido busca el contacto con la boca de aquello que le toca y al mismo tiempo realiza movimientos de succión con la boca, muestra inequívoca de que está preparado para comer “por sus medios”.
Dentro de estos protocolos que se llevan a cabo en los primeros instantes de vida o en las primeras horas, figura también la denominada “prueba del talón”. Esta consiste en obtener una pequeña muestra de sangre del bebé con el fin de descartar una serie de trastornos metabólicos mediante su análisis. Estas comprobaciones suelen estar encaminadas a detectar determinadas condiciones en los neonatos que son poco comunes, pero que al mismo tiempo suelen ser graves o van a condicionar de forma importante la realidad de esa nueva personita. Pocos saben que una de esas pruebas que se realizan con la muestra de sangre consiste en descartar una intolerancia alimentaria.
En concreto se trata de detectar si el niño padece fenilcetonuria una intolerancia de carácter enzimático (y trasfondo genético) por la cual las personas que la padecen no pueden procesar un aminoácido llamado fenilalanina y que está presente de forma habitual en las proteínas de no importa que origen alimentario. En estas circunstancias y muy en resumen la fenilalanina no puede ser “procesada”, se acumula, aumenta su concentración en la sangre y puede ocasionar lesiones cerebrales, causando un retraso mental grave. No voy a entrar en mayores detalles sobre este tema (quizá en otro post) y baste decir que he traído a colación este ejemplo para poner de relieve cómo se realizan las pruebas diagnósticas conducentes a la detección de intolerancias.
Tal y como puse de relieve en este post (¿crees que hay algo en lo que comes que te sienta mal?) la detección de las intolerancias se realizan una a una ante la sospecha (o la posibilidad como es el caso de la fenilcetonuria) de encontrarnos ante una intolerancia alimentaria. Es decir, las intolerancias alimentarias, que pueden tener distinto origen (mecanismos enzimáticos, farmacológicos o indeterminados) se averiguan individualmente con la(s) prueba(s) diagnóstica(s) pertinente(s) que la pongan de relieve. Vamos con un ejemplo, si de alguien se sospecha que es intolerante a la lactosa, se le hace la prueba pertinente para diagnosticar esta intolerancia (normalmente el análisis de la cantidad de hidrógeno en aire expirado tras una sobrecarga con este disacárido); si se sospecha que se puede tener fenilcetonuria, se le hace el análisis genético pertinente que se contrastará con ulteriores análisis de sangre y orina; si se sospecha de otra intolerancia como la galactosemia, lo mismo, es decir, las pruebas pertinentes en cada caso; y así un largo etcétera.
En resumen hasta aquí y para que nos quede claro:
Lo digo porque ya vale. Ya vale de que nos toquen los cojones, que no los talones, con pretendidos sistemas que no son precisamente baratos y que juegan con la desesperación y credulidad de la población. Me refiero a todos esos sistemas que bien por bioirresonancia (menudo palabro) o bien mediante el análisis (genético o citotóxico) de una muestra sangre que traté en todas estas entradas con bastante detalle, nos tratan de hacer creer que las intolerancias alimentarias se pueden diagnosticar “a saco”:
- Test de intolerancias alimentarias totalmente intolerable
- Test de intolerancias alimentarias totalmente intolerable (2ª parte): la máquina y su manual
- Los test genéricos de intolerancias alimentarias a partir de una muestra de sangre no son fiables
- Análisis de intolerancias alimentarias “de bolsillo”, otro test intolerable
Retomo ahora este tema por dos motivos. El primero porque a mi parecer la proliferación de todos estos análisis magufos de intolerancias alimentarias está empezando a ser preocupante. De camino entre mi consulta y mi casa (apenas 1 kilómetro) me cruzo con al menos cuatro establecimientos (una herbodietética, dos farmacias y un Naturhouse) que ponen a disposición de sus “clientes” impacientes sendos análisis masivos de intolerancias alimentarias.
También he podido comprobar que esta proliferación se acompaña de una rebaja en los precios significativa con respecto a hace años, señal, quiero pensar que la cosa se esta vulgarizando lo suficiente y que ante la falta de clientes, la bajada de precios puede ser un buen reclamo para los incautos. Quiero pensar también que es la vía natural de extinción de este tipo de “análisis” y que un día, a fuerza de que su inutilidad sea de dominio público, estos sistemas queden relegados a nichos similares a las consultas del tarot, la quiromancia o la astrología y su horóscopo. No confío en que terminen de desaparecer, pero de esta forma auguro que en un futuro espero no demasiado lejano, la mayor parte de la gente ya sabrá de qué palo va esto de la detección masiva de intolerancias alimentarias. Y ya sean análisis a un euro o a trescientos, la tomadura de pelo estará más localizada.
Si esto de las intolerancias funcionara como algunos desalmados nos las tratan de colar, que digo yo, qué es lo que costaría que en la conocida como “prueba del talón” se hiciera un análisis de tooooodas las intolerancias alimentarias y tener ya, desde recién nacido, un mapa de las chorrocientas intolerancias alimentarias que luego ya de mayores nos tratan de encasquetar en algunas herbodietéticas, farmacias o clínicas. Establecimientos en los que, curiosamente, entre tanta intolerancia que supuestamente detectan no se incluye la de la fenilcetonuria.
Y el segundo de los motivos de esta entrada es porque:
———————————