“…Loca de desesperación… se levantó a la media noche y comió puñadas de tierra en el jardín, con una avidez suicida, llorando de dolor y furia, masticando lombrices tiernas y astillándose las muelas con huesos de caracoles…”
Gabriel García Márquez (Cien Años de Soledad)
Tal cual, o casi, como si de Amaranta Buendía se tratase (personaje de la novela de Gabriel García Márquez) surge esta no tan nueva, pero sí absurda y descabellada tendencia. Espero morirme antes de verla convertida en una moda como tal.
El caso es que el otro día un buen seguidor de esos a los que uno tiene en especial consideración en mondo Twitter a pesar de no conocernos (Guillermo Peris, alias @waltzing_piglet) me pasó este enlace en el que se relata la historia de una desustanciada mujer de nombre Shailene Woodley que parece que tiene la cabeza llena de grillos… algo que no sería muy de extrañar a razón de poner el alza una práctica que lleva a cabo todos los días: comer una cucharilla de arcilla (sí, ya sé que no come cualquier barro o arcilla y que se lo traen directamente envasado de Colorado… pero dejemos volar un poco la imaginación).
Lo más sangrante de esta mamarrachada son las explicaciones que da para haber terminado practicando esta absurda ¿comida, ritual, suplementación? Como bien explicó esta mujer (aunque a ella no haya Dios que la entienda) en un programa televisivo se trata de una, de tantas otras, estrategia detoxificante… ¡llegáramos! otra más de esas absurdas maniobras depurativas y/o desintoxicantes. Un procedimiento, mediante el cual, según la buena de Woodley, se eliminan los metales pesados del cuerpo y otras toxinas con las heces. Increíble ¿y como se obra tal milagro? no nos perdamos sus explicaciones: esa arcilla no se absorbe pero suministra una carga negativa, así que se adhiere a isótopos negativos… ¡hala, a tomar viento los libros de física, química y fisiología! Tal es así, que tras haber seguido esta absurda práctica un cierto tiempo… las deposiciones le huelen a metal. Lo de esta chiquilla humana (es una aclaración de la que no estoy muy seguro) es literalmente increíble. Sugiero que se vaya un tiempo a vivir con Gwyneth Paltrow y compartan ambas sus hilarantes planteamientos naturo-molones mientras comen ortigas ecológicas y beben agua, a morro, de prístinos manantiales. En fin.
Pero como decía la cuestión esta de comer tierra no es para nada novedosa. Ojo, no confundir esta memez con el trastorno de la conducta alimentaria conocido como “la pica” en el que hay una pulsión irrefrenable por comer cosas raras y que nada tiene que ver con dotar a este tipo de ingestas de un valor medicinal, como es el caso que nos ocupa.
Tirando un poco del hilo de la noticia he dado con este artículo “Comer barro, refinada moda del XVII” en el que se relata la práctica de la bucarofagia consistente en mordisquear pequeñas jarritas de barro cocido por parte de la aristócrata población femenina de la época. El fin de aquello podría ser cualquiera a tenor del escaso conocimiento que entonces se tenían de las cuestiones fisiológicas, pero en concreto se trataba de retrasar la menstruación, disminuir su flujo obtener una tez más blanca y propiciarles un cierto efecto narcótico al parecer muy placentero. Dejando de lado aquellas creencias no se puede dejar de mencionar la costumbre de ingerir ciertas cantidades de tierra en algunas poblaciones, principalmente de África, ante determinados déficits. Habría que ver, y lo cuestiono ahora en serio, cuánto de beneficio se obtiene con ello y cuántos riesgos se asumen. Pero la gran diferencia del seguimiento de ése hábito en determinadas culturas y la tontería de hoy radica en que la desustanciada Woodley lo hace por diversión y por llamar la atención… o porque, simplemente es… (completar con lo que uno quiera).
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