trataré de ser breve para quienes no conocen el trasfondo de la historia. en la década de los años 70, en plena paranoia anti grasa (principalmente por su relación con la enfermedad cardiovascular) un grupo de investigadores daneses contrastaron que una población concreta, los inuit, un pueblo de esquimales de las regiones árticas, mantenían una salud cardiovascular más que aceptable a pesar de que su dieta consistía casi en su totalidad en alimentos de origen animal (cetáceos, focas y peces principalmente) además de la práctica ausencia de alimentos de origen vegetal. ni que decir tiene que su consumo de grasa era especialmente alto y que esta tenía un origen animal. en principio nada halagüeño para el pronóstico que en aquella época les hubiera hecho cualquier cardiólogo. sin embargo y como decía, sorpresivamente su sistema cardiovascular gozaba de buena salud. esta historia es bastante más larga y tiene interesantes recovecos pero por aquello de abreviar, digamos que las características de aquellas grasas que consumían, en principio tan malas, se revelaron en el marco de los estudios que te contaba en protectoras por su riqueza en los hoy ya mundialmente conocidos como ácidos grasos polinsaturados del tipo omega 3.
así y desde entonces, y aunque hubo que vencer ciertas inercias, este tipo de ácidos grasos especialmente presentes en la grasa de animales acuáticos se han presentado como una especie de bálsamo de fierabrás para infinidad de situaciones patológicas, muy en especial para todo el abanico de enfermedades cardiovasculares.
no obstante y a día de hoy, los supuestos efectos beneficiosos que habíamos depositado jubilosamente en este tipo de grasas se han venido desvaneciendo poco a poco a golpe de estudio. así, en 2015, la evidencia que respalda la utilidad de esta clase de suplementos es muy limitada (y no soy más contundente por aquello del beneficio de la duda)… algo que de momento no se ha reflejado en las ventas de esos gili-suplementos que aún están en plena efervescencia.
digo que lo que se ha disipado como la niebla de verano ha sido la utilidad de los suplementos de aceite de pescado ricos en omega 3. te lo contaba en esta entrada la semana pasada. pero, este verano, además también hemos asistido a la debacle de los omega 3 cuando se ha contrastado que su suplementación no es eficaz a la hora de proteger del deterioro de la función cognitiva en personas de edad avanzada, aspecto que era como la última boya para poder defender lo indefendible al respecto de la utilidad de estos suplementos . es decir, la suplementación con omega 3 ha sido, por decirlo sin rodeos, un auténtico bluf (otros dirían caca-de-la-vaca, pero eso me parece ir demasiado lejos).
entonces, ¿y los esquimales?
¿qué era lo que protegía a los esquimales de enfermar llevando aquella dieta tan poco ortodoxa en relación a la occidental? pues sencillamente, esos omega 3 ya que para ellos sí que tienen efecto. ¿pero por qué a ellos sí y a nosotros no? esta es la pregunta del millón, y un reciente estudio parece que ha dado con la clave y supongo que a estas alturas del cuento ya te estarás imaginando la respuesta. la clave es, de nuevo, el genoma. otra vez los factores nutrigenéticos saltan a la palestra y se convierten en protagonistas (ojo, que no he dicho nutrigenómicos, aunque en el terreno de las intuiciones personales déjame decirte que yo apostaría a que también están implicados). si quieres tener una idea básica de las diferencias entre estos dos términos, te sugiero que visites esta entrada.
en este estudio recientemente publicado, greenlandic inuit show genetic signatures of diet and climate adaptation (los inuit de groenlandia presentan particularidades genéticas relacionadas con la alimentación y la adaptación al clima) se puso de manifiesto que la población inuit ha desarrollado adaptaciones genéticas únicas para la metabolización de los omega 3 y otros ácidos grasos. al mismo tiempo, esas variantes genéticas tendrían mostrarían alteraciones fenotípicas (visibles, patentes) en la morfología corporal de este pueblo, favoreciendo una talla y un peso medios relativamente bajos.
en pocas palabras, un ejemplo más de cómo una misma dieta puede tener diferentes efectos en diferentes personas en virtud de su genoma. una vez más se vuelve a poner de manifiesto la importancia que tendrá en el futuro (insisto, en el futuro) la posible personalización dietética basada en variantes genéticas particulares.
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nota: mi agradecimiento a un buen compañero de mis años más mozos en la universidad david de lorenzo, un biólogo especialista en nutrigenómica, al que te recomiendo que sigas en este enlace @daviddelorenzo.
además, si quieres profundizar más en esta cuestión, te sugiero que eches un vistazo a este fantástico post de francisco r. villatoro (@emulenews) compañero en naukas
imagen: national geographic magazine, volume 31 vía wikimedia commons
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