Nuevo libro: “Adictos a la comida basura” de Michael Moss (de-mo-le-dor)

¿Es posible que una industria malsana consiga hacer felices a sus consumidores? La respuesta es claramente afirmativa… y hay pocos matices que hacer cuando esa industria es la de los alimentos procesados.

El único matiz que se podría hacer es que esa pretendida felicidad se resuelva tan solo al considerar el periodo de tiempo comprendido entre la compra de cualquier mierdecilla procesada que encuentres en tu supermercado, en la máquina de vending de tu trabajo (o de la del colegio de tus hijos) o promocionada como la cosa procesada más saludable en cualquier anuncio de televisión… y el momento de su consumo que te lleve, al final, a emitir un juicio que implique volver a comprar la mierdecilla de turno o cambiar a otra igualmente inconveniente. Así, más allá de esa “felicidad” basada en el hedonismo más chabacano, quién sabe si en una conveniencia mal entendida, la realidad nos dice que esas mierdecillas ingeribles (me niego tan siquiera a considerarlas como comestibles) nos están complicando bastante la vida.

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Tú eliges: es la pastilla roja o la azul (Matrix)

No sé si eres consciente, pero actualmente tenemos poco que hacer colectivamente hablando. Detrás de cada una de esas mierdecillas a las que me refiero (y de las que habla el libro en cuestión) hay toneladas… rectifico, miles de millones de toneladas de azúcar, grasa y sal que nos harán cautivos como consumidores. Es más, ya no se trata de que estos ingredientes funcionen por si solos con la efectividad de un bombardeo nuclear a la hora de vencer nuestra posible intención de hacer elecciones más convenientes, que lo hacen. Se trata de que, además, detrás de cada producto de este tipo hay una serie de licenciados y doctorados en nutrición, en ciencia y tecnología de los alimentos, en publicidad y marketing, en derecho, en sociología y en psicología en nómina para convencerte que su mierdecilla no es que sea buena, es que es la mejor. Sobre todo y en especial, mejor que la mierdecilla de la competencia. Y no se trata de unos profesionales cualquiera, los mejores en su terreno están a sueldo de la industria alimentaria procesada. Ellos estudian nuestra situación con el fin de cubrir nuestras necesidades o crearnos unas nuevas, escudriñan nuestros miedos, evalúan la forma de llegar al mejor balance de coste/beneficio para sus intereses, realizan estudios científicos que solo tratan arrimar el ascua a su sardina, diseñan las mejores campañas de marketing, de packaging, tergiversan la información nutricional, presionan a las autoridades sanitarias… y cuentan para todo ello con un potencial económico cifrado en cientos de miles de millones de dólares (o de euros). Manejan unas cifras a las que, escucha, nadie, absolutamente nadie, puede hacer frente.

Tenemos poco que hacer, ya te lo digo, te recuerdo que cuentan con los mejores profesionales en su área. Son las mentes más privilegiadas para alcanzar sus objetivos que, se resumen en uno solo: mejorar su balance de cu€ntas, punto. Para que te hagas una idea del panorama, y tomando uno solo de los ejemplos que cita el libro, en palabras de Steven Witherly, un antiguo científico en nómina de Nestlé, esta empresa no deja de ser otra cosa que un banco suizo que imprime comida (recordemos el origen y sede geográfico de Nestlé, que no es otro que a orillas del lago Leman en Suiza). Y como ellas, dentro o fuera de Suiza, el resto. Es difícil ser más gráfico.

“La cuota de (tu) estómago” es su objetivo

Así, muy en resumen, sintetizo el primer regusto que me ha dejado la lectura de “Adictos a la comida basura” de Michael Moss, un libro absolutamente indispensable que, aunque al menos a mí no me ha aportado nada que no supiera en cuanto al planteamiento general del escenario alimentario en el que estamos inmersos (lo tengo bastante claro desde hace tiempo) lo cierto es que incluye una serie de datos, detalles y entrevistas con personas implicadas absolutamente demoledoras y perfectamente documentadas. No es para menos cuando el autor ha sido galardonado con el premio Pulitzer en 2010 y ha sido finalista en dos ocasiones más. Es decir, el libro resulta brutal al hacer públicas las estrategias empresariales y publicitarias de las grandes empresas de la industria alimentaria de lo procesado: desde los cereales de desayuno a las pizzas, pasando por los helados, las sopas, los aperitivos salados, los refrescos, los untables, las hamburguesas, la industria láctea, sus quesos y “quesibles”, la industria cárnica… y sin olvidar al tabaco. Sí ya sé que eso no se come; pero resulta muy clarificador saber cómo la principal tabacalera de los años ochenta, Phillip Morris, adquirió dos de los principales holdings productores de mierdecillas, como Kraft y General Foods y aplicó a esta industria lo aprendido en su maltrecho y original sector tabacalero.

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De esta forma la obra está cuajada de nombres particulares, directivos y científicos de alto rango que trabajan o han trabajado para empresas, entre las que no faltan Coca-Cola, Lays, PepsiCo, Mountain Dew, Nestlé, Unilever, Kellogg, General Mills, Kraft, Cargill… y sus correspondientes productos y marcas mierdecillas. Y empieza por el principio, explicando cómo hemos llegado hasta aquí, en un punto cronológico más o menos difuso que empezó a fraguarse a finales del siglo XIX, que cuajó con fuerza hacia la mitad del XX respondiendo a la necesidad de un consumidor cada vez más vago a la hora de dedicar un tiempo en la cocina, y que se ha convertido hoy en día en una poderosa maquinaria solo comparable en sus estrategias, y resultados, con la más despiadada maquinaria bélica. En este caso, solo hay un objetivo y se trata de conquistar una cuota de estómago suficiente entre los consumidores, ya te lo h€ contado.

El que se mueva no sale en la foto

Me explico. El libro comienza revelando una reunión casi clandestina, secreta en su día, de los directores de las principales empresas del sector alimentario (de lo procesado) en 1999. Un reunión que planteaba una tregua entre feroces competidores con el fin de dar respuesta a un enemigo común a todos ellos: la posibilidad de que se les señalara como responsables del alarmante crecimiento de la obesidad y de otras enfermedades metabólicas. Tanto es así que a lo largo de todo el libro y de todas las entrevistas comentadas con altos exdirectivos y excientíficos de la industria alimentaria de lo procesado, se contrasta que de tiempo en tiempo han surgido voces disonantes en estas empresas que han alertado del riesgo que suponía ofrecer e incluso forzar a consumir cantidades crecientes de azúcar, grasa y sal (clásicos caballos de batalla de esta industria). Es decir, relata como aquellos disidentes preocupados por la salud del consumidor de sus productos y con altos cargos, a pesar de ser tenidos en cuenta inicialmente por estas grandes empresas, terminaron por ser apartados. Y con ellos sus propuestas. También resulta llamativo el conocer como a pesar de tratar con los más altos cargos de esta industria, ellos, pasaban olímpicamente de caracterizarse por ser consumidores del objeto de su negocio. Más al contrario, la mayor parte de ellos, por no decir la totalidad, adornaban sus mesas con productos frescos, alejándose de aquellos que como directivos se encargaban de poner el mercado. Dando ejemplo, pero por los c…

Mi crítica a “Adictos a la comida basura”

De entrada el título en la obra traducida. “Adicción” es una palabra excesivamente dura que, sin dejar de tener en cuenta los paralelismos de la alimentación con el tema de las drogas, el autor mismo se encarga de poner en su lugar al hacerse eco de un tratado de un bufete de abogados que concluyen que :

“Etiquetar lo que se percibe como un abuso de un determinado alimento rico en azúcar, grasa o sal como “adicción” incluso si esta práctica está vinculada a niveles altos de comida de alivio (emocional) y a patrones de ingesta algo inestables, plantea el riesgo de trivializar las adicciones graves”

Todo ello teniendo en cuenta que, además, la obra en cuestión es una traducción del libro originalmente publicado en inglés a finales de 2013 y que tuvo por título “Salt, sugar, fat” (“Sal, azúcar, grasa”) sin la menor mención a las adicciones ni a la comida basura. De hecho, a mí el título escogido para la versión traducida al castellano no me gusta.

En segundo lugar, y esto compete al propio autor, me hubiera gustado tener la oportunidad, como lector, a muchos de los estudios que comenta en la obra. Es cierto que da pistas sobre u origen y ubicación, pero son pistas, no enlaces ni citas bibliográficas directas, que serían muy de agradecer en una obra de este calibre.

Y no voy a seguir porque no hay mucho más que criticar, esta obra hay que leerla. He gastado casi un lápiz entero subrayando, anotando y señalando cuestiones alucinantes, casi increíbles relacionadas con el cómo una industria malsana se encargará, siempre, de hacer caja con lo que tú te lleves a la boca aunque esté permanentemente (y aquí está el truco) tratando de mostrarse benévola o incluso beneficiosa. Da igual que leas “sin azúcares añadidos”, “con un 35% menos de sal” o “bajo en grasa”… esas galletitas, patatitas, cereales, salsitas, refrescos, platos preparados… no te convienen. Está más que documentado.

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Toma nota: “Adictos a la comida basuraMichael Moss. Ediciones Deusto, 2016. Y si quieres hacer boca, aquí tienes un fragmento facilitado por la editorial.

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9 comentarios en “Nuevo libro: “Adictos a la comida basura” de Michael Moss (de-mo-le-dor)

  1. A las multinacionales poco les interesa la vida humana y le vende lo mal sano, no les importa que la gente muera prematuramente, esto es el capitalismo que solo le interesan los dividendos.

  2. Lllego un poco tarde a esto pero adictos a a comida basura, que imagino que los habrá, no significa que ése, u otro tipo de comida sea adictiva, no??

    Es que ya son muchas las majaderías, al otro lado de la ciencia, que llevo leidas y escuchadas en el ñultimo año sobre la adicción de los productos, o lo que viene siendo hacer creer a la gente que cierto tipo de comidas, o mierdecillas..vaaaale, son tratadas como sustancias que crean dependencia, y no, no por favor, seamos serios y espero que no se esté tratando de revolver las palabras y frases.

    Las adicciones están muy bien delimitadas a dia de hoy en neuropsiquiatría y que una persona crea ser, o se le diagnostique algún tipo de patología en referencia a su estado de ansiedad, como pueda ser comer sin control o muy poco control, no es directamente proporcional a crear, digo crear, afirmaciones sobre si determinados tipos de alimentos, o me da igual, mierdecillas de alimentos, puedan ser, ni por aproximación, elementos de riesgo para una adicción, entendiéndose éste en los términos médicos y científicos.

    Estoy seguro que Juan no está lanzando las campanas al vuelo en este tema, pero si me cabrea bastante que dé a vuelta al asunto y se diga que poco menos que nos están vendiendo droga; historietas aparte sobre azúcares, metabolismo, etc…

    Las personas son conscientes, o deberían de serlo, de lo que comen, pero no hay alimentos a dia de hoy que puedan ser culpa directa de lo que alguien pueda estar tentado a culpar a esos alimentos por no poder parar de consumirlos debido a un cambio de orden crítico en su SNC, lo que viene siendo una droga que altera seriamente la voluntad.

    Saludos.

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