Entre la población general, y más en concreto entre los padres, tutores y “profesores” se sostiene la idea, con poco género de dudas, de que el desayuno es una de las ingestas indispensables para los más pequeños de la casa, es decir, para nuestros hijos. Siguiendo esta idea, con un desayuno adecuado, y al parecer no sin él, los niños podrán hacer frente con más garantías de éxito, de aprovechamiento y de rendimiento a la jornada escolar, tanto en lo que se refiere a las cuestiones físicas como a las cognitivas. Sin embargo, esta idea, en cierta manera preconcebida, tiene algunos claroscuros a la luz de la ciencia y no termina de quedar clara. ¿A todos los niños (o a los adultos) les afecta de igual manera el desayunar o no? ¿Cuánto y de qué forma es conveniente que desayunen los niños? En este artículo se analizará la evidencia al respecto de estas cuestiones.
¿Quién dice que el desayuno es la comida “más importante” del día?
Que levante por favor la mano el que tenga pruebas concluyentes para sostener sin ningún género de dudas que el desayuno es la comida “más importante” del día… Conste que para levantar la mano no valdrá quien vaya a citar la opinión de un endocriminólogo o la de un gordólogo más o menos conocidos… en cuyo caso, entonces, habría que preguntarles a estos qué pruebas tienen para afirmar tal cosa. Por tanto, repito, ¿qué pruebas tenemos para afirmar que el desayuno es la ingesta más importante del día por delante de la comida o de la cena?
Veamos, desde mi punto de vista este tipo de afirmaciones no es que no tengan aval ninguno para ser defendidas; es que más al contrario, el otorgar más relevancia a una ingesta frente a otra resulta en un planteamiento incorrecto cuando lo que verdaderamente importa es el conjunto dietético del individuo. Seguro que entiendes lo que quiero decir con algún ejemplo: ¿Cuál es la rueda más importante de un coche, la delantera derecha o la trasera izquierda? sigamos, ¿cuál es la pata más importante de una silla? y así podríamos continuar con los zapatos, con los cubiertos en una comida o con las teclas de un ordenador y es que… lo importante en todos estos casos, lo importante repito, no es alguno de los elementos considerados de forma aislada, si no su conjunto y equilibrio. Y con las ingestas planificadas en un mismo día sucede igual.
Si diéramos por hecho la tontería populista (el desayuno es la comida más importante del día) pareciera que pudiéramos prescindir sin sufrir demasiados daños colaterales de cualquiera de las restantes ingestas, o de todas ellas, siempre y cuando conserváramos el desayuno intacto, que para eso es “la importante”. Del mismo modo, coincidir en que no hay pruebas concluyentes para poder afirmar lo del desayuno no hace que alcemos hasta el primer puesto en importancia a cualquiera de las otras comidas del día, ya que estaríamos incurriendo en la misma simpleza.
¿Quiere decir esto que podemos (o incluso debemos) prescindir del desayuno? No, no estoy diciendo eso. Lo que digo es que no hagamos descansar en esta ingesta diaria una serie de parabienes descontextualizados. Además, ten en cuenta que si al final te lo saltas, la siguiente ingesta que hagas, por ejemplo a la hora de la comida, esta será al mismo tiempo tu des-ayuno, desde el punto de vista más formal y etimológico. Es decir, que sea la hora que sea que vuelvas a comer desde aquel momento en el que te acostaste después de haber cenado… en ese momento estarás desayunando verdaderamente, sea la hora que sea.
Desayuno y rendimiento: ¿qué relación hay?
En las últimas décadas del siglo XX las investigaciones sobre el tema parecían arrojar conclusiones bastante contundentes: el desayunar aportaba beneficios en diversas facetas del desempeño cognitivo, en concreto pero no de forma general, sobre la memoria, la capacidad de atención y en algunos casos, la creatividad. Estas cuestiones han sido abordadas desde hace tiempo en distintos estudios tanto en el caso de los adultos como en el de los niños, aunque hay que reconocer que el nivel de evidencia de aquellos estudios no era demasiado potente como para dar sus conclusiones por definitivas. Ni mucho menos, así que vamos a verlos.
En el primero de ellos, el relativo a los adultos, se observó un cierto menoscabo en las acciones que implicaban a la memoria a corto plazo entre aquellos sujetos que no habían desayunado frente a los que sí lo habían hecho, este particular se relacionó principalmente con la glucosa en sangre, sin que se observaran mayores diferencias en las pruebas de inteligencia de los sujetos al compararlas habiendo desayunado o no. En el segundo caso, el de los niños, los primeros estudios serios sobre el tema apuntaban, con más vehemencia que evidencia, que el desayuno podría interferir con los aspectos cognitivos y su aprendizaje. Ya se intuía entonces lo que cada vez tenemos más claro y que veremos más adelante: que el efecto del desayuno frente al no desayuno era de una magnitud diferente cuando se hacía referencia a distintas poblaciones de niños… Así, el efecto de no desayunar sobre las funciones cognitivas parece ser mayor en los niños en situación de riesgo nutricional que entre aquellos que están, en general, bien alimentados.
Pero como digo, buena parte de todas estas afirmaciones y recomendaciones contenidas en aquellos estudios se basaron en gran medida en la observación de los efectos puntuales del desayuno sin que además, la mayor parte de ellos tuvieran en cuenta otros posibles factores confusores que podrían influir de forma importante en los resultados observados. Entre los más importantes como decía, el estado nutricional general del niño, la calidad y cantidad del resto de ingestas a lo largo del día y su estatus socioeconómico.
A día de hoy ya hay varios estudios algo más contundentes en cuanto a su planteamiento y que al mismo tiempo no son tan “buenistas” consiguiendo aportar un poco más de sentido común al asunto. Por ejemplo, esta reciente publicación evalúa el impacto de realizar el desayuno en el aula (algo relativamente frecuente en los programas sociales de Estados Unidos) y de entrada concluye una pseudo obviedad más o menos previsible: en aquellos programas escolares en los que se contempla el desayuno en el aula hay menor absentismo escolar (vamos, que si hay desayuno “gratis” los niños faltan menos al colegio); pero en cuanto al tema que nos ocupa, el rendimiento, no se observaron diferencias entre aquellos niños que seguro sí desayunaban (porque se les facilitaba esta ingesta en el aula) frente a los que no se sabía si desayunaban o no.
Un poco en la misma línea, pero con más enjundia, tenemos este otro estudio de revisión sobre la materia que viene a decirnos que aunque la evidencia parece indicar que incluir un desayuno es más beneficioso con respecto al rendimiento cognitivo que saltárselo, este efecto es más evidente en los niños cuyo estado nutricional se ve comprometido. Además, se afirma que existe una carencia de investigaciones en las que se compare el tipo de desayuno, lo que impediría hacer recomendaciones contundentes al respecto del tamaño y la composición de un desayuno óptimo en relación con la función cognitiva de los niños.
He dejado para el final mi favorito entre todos estos estudios ya que es el que desde mí perspectiva abarca de forma integral todas las variables en juego. En esta revisión se tienen en cuenta los distintos tipos de estudio (experimentales vs observacionales), las diferentes escalas a la hora de medir tanto la atención de los alumnos (proceso relativamente subjetivo) como el rendimiento en base a, por ejemplo, las notas (una escala más objetiva), etcétera y sus conclusiones, a pasar de la importante disparidad en buena parte de estudios fue que:
En líneas generales, la evidencia sugiere un efecto beneficioso del desayuno en el comportamiento, sobre todo en los niños menores de 13 años. Este efecto puede ser contrastado tanto en los niños bien alimentados, los desnutridos como en aquellos de bajo estatus socioeconómico.
En relación al resultado… o al rendimiento, la evidencia sugiere una asociación positiva entre el desayunar de forma habitual y unas mejores calificaciones.
Volviendo al tema del desayuno en e l aula (una práctica, insisto relativamente frecuente en USA) se sugieren un efecto positivo en el rendimiento escolar, en concreto en las áreas de matemáticas y en niños desnutridos o de bajo estatus socioeconómico.
En cualquier caso, los efectos positivos del desayuno en el rendimiento aparecen más claros que aquellos observados en el comportamiento, probablemente esto se deba a las dificultades intrínsecas relativas al establecimiento de medidas objetivas para medir el comportamiento.
En resumen
La primera preocupación de unos padres, tutores o cuidadores ha de centrarse en el adecuado estatus nutricional del niño con independencia de cómo se alcance este, ya sea con un desayuno más o menos copioso, con un desayuno frugal… o sin él. De poco sirve preocuparse fervorosamente por el tema del desayuno, para luego pasar a ser dietéticamente más o menos indulgente el resto del día. ¿Qué es eso de un “desayuno equilibrado” (sea lo que sea que esto signifique) y luego dar de postre, merendar o almorzar un mono-catálogo de batiditos, zumitos, galletitas y pastelitos.
Con este punto de partida, alimentado y nutrido el niño de la forma correcta, opino que se ha de respetar el normal apetito de los niños y su natural tendencia (como cualquier otra persona) a hacer una ingesta más o menos abundante al poco rato de levantarse… Al igual que sucede con los adultos, habrá personas que les encaje más o menos eso de desayunar conforme se levantan. Y por supuesto atender también a los gustos y preferencias. Me refiero a que…
A ver si nos entra en la sesera de una vez por todas que eso que se ha dado en llamar el “desayuno equilibrado” no tiene porqué incluir indefectiblemente lácteos, zumos y algún alimento derivado de los cereales (típicamente galletitas o cerealitos). Un concepto, ese del desayuno equilibrado, que parece que todos llevamos grabado con hierro candente. Pues no. Si el niño (o el adulto) quiere desayunar sobras del día anterior en base a, por ejemplo, tortilla de patatas, empanadillas, arroz con lentejas, judía verde con patata, ensaladilla rusa o un bocata de lomo o un puñado de frutos secos… o lo que sea, está en su legítimo derecho de hacerlo; sabiendo qué además, muy probablemente, este tipo de elecciones terminen en un mejor resultado nutricional que el basado en el absurdo paradigma anteriormente mencionado. Y fruta… mil veces mejor fruta fresca y de temporada que los consabidos zumitos. En este sentido, los padres tenemos mucho que enseñar a nuestros hijos con el ejemplo y no forzando o insistiendo para que estos se acaben el consabido desayuno ideal.
Con una alimentación adecuada a su alcance a lo largo de todo el día, todos los días, que el niño (o el adulto) quiera desayunar o no, para mí, es lo de menos.
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Imagen: rakratchada torsap y photostock vía freedigitalphotos.net
Pues yo empecé sustituyendo el zumo de naranja (de tetra brik), la leche con nesquick y sendas tostadas, con mermelada y mantequilla, por dos huevos revueltos y una naranja, que ahora complemento echando en la sartén, antes de los huevos, un tomate en cuadraditos, que dejo pochar hasta que se reblandecen y los licopenos colorean el aceite. el revuelto me coge un color muy vistoso. Mis amigos dicen que estoy loco, pero lo cierto es que no solo me va mejor el control del sobrepeso, sino que quedaron atrás los tiempos de la bajona de media mañana, con lo cual no me da hambre hasta la hora de la comida.
Esa manía de que el desayuno tiene que ser dulce sí o sí, es relativamente reciente, supongo, y debida más al marketing que a otra cosa. Si te pones a repasar desayunos tradicionales de diferentes países, incluido el nuestro, te das cuenta de que en la mayoría de los casos eso no es así en absoluto.
cualquier día me va a dar por desayunar sashimi.