(O porqué muchas veces estamos muy convencidos y a la vez muy equivocados)
Da igual la radio que escuches, el canal de televisión que veas, la red social que uses (si es que usas alguna) o el periódico de leas… vivimos constantemente bombardeados con informaciones contradictorias al respecto de lo bueno o malo que es comer y beber esto o aquello. Que si el vino ayer era maravilloso y que si hoy es malo malísimo; que si lo mejor es el aceite de coco y que si luego es lo peor; que si el azúcar es el demonio y que si es el combustible imprescindible para el cerebro; que si el pan engorda y hay que eliminarlo y que si después es un alimento insustituible, etcétera (podrían ponerse varias decenas de ejemplos con otros tantos alimentos y bebidas –chocolate, huevos, café, sal, cerveza, zumos…)
Todo el mundo lo sabe bien, la existencia de mensajes ambivalentes está a la orden del día y a pie de calle en los medios de comunicación, en los libros y en las redes sociales. Supongo que quién más y quién menos, todo el mundo ha tenido algún debate, cuando no una pelotera, con su madre, el cuñado de turno o incluso con el médico de cabecera a colación, por ejemplo, sobre cuántos huevos se pueden comer a la semana, sobre lo indicado o no del pescado azul, sobre el aceite de girasol o sobre la bondad/perversidad de las galletas como alimento infantil. Lo más curioso del asunto es que la mayor parte de estos dimes y diretes viene albardada con argumentos “sólidos” como “según un estudio”, “lo han dicho en las noticias”, “me lo ha dicho el médico” o “mi prima que es investigadora en el CSIC”.
Una de las características desde los inicios de este blog ha sido el tratar de aportar un mensaje sensato al respecto de estas y muchas otras cuestiones afines: desmentir bulos, poner un punto de racionalidad, analizar noticias descontextualizadas y todo ello con el objetivo de aportar una respuesta que si bien no tiene porqué convencer a todo el mundo, sí al menos que sea lo más argumentada y cabal posible a la luz del actual conocimiento.
Este artículo pretende resumir las razones por las que el mensaje en materia de nutrición es tan cambiante, explicar por qué podemos encontrar un mensaje sobre un determinado alimento y al mismo tiempo y agolpe de click, toparnos con la contraria, argumentar en definitivas cuentas porqué ayer se decía una cosa y hoy se dice otra sobre un mismo tema (y conste que “ayer” es un concepto sumamente voluble en este contexto).
Para ello voy a aprovechar la charla que tuve el placer de impartir el pasado mes de julio en el curso de verano de la Universidad de Burgos “Ciencia, pseudociencia y pensamiento mágico. III edición”, dirigido por Luis Alfonso Gámez. En este enlace* tienes todas las presentaciones disponibles y aquí en concreto la mía: “Mitos nutricionales: Convencidos pero equivocados”.
Las 5 razones que un servidor he encontrado para explicar el porqué de tanto cambio en los mensajes de nutrición, son las siguientes:
1. El normal avance de la ciencia
En este artículo no me voy a entretener demasiado para explicar esta razón. El motivo es que ya expliqué en su día este apartado en un post enterito, que se llamó “La maleta de Asimov”. Con esta razón se viene a explicar que, para Asimov, el conocimiento humano, y por tanto aquel al que se accede a través de la investigación científica, podría asumirse como la ropa contenida en una maleta de viaje. El viaje representa el paso de los años y la ropa el conocimiento en sí mismo. Así, conforme pasan los años la ropa de la maleta se va renovando, envejece, se adquiere otra nueva; pero en general con una tendencia clara: el volumen de ropa en la maleta aumenta. Además, esta se adapta a las circunstancias de tal forma que, cuando se hace un nuevo descubrimiento y se comprueba como cierto, esa ropa, ese conocimiento entra en la maleta. Por tanto, hay ocasiones en las que cuando un nuevo “conocimiento” entra, otro ha de salir. Sale porque habitualmente el nuevo conocimiento (la nueva ropa) es más válido que el anterior, es más completo. Un ejemplo en materia de alimentación que serviría para ilustrar esta razón del cambio en el mensaje nutricional lo tenemos en el caso del huevo y lo conté en esta entrada.
2. La escasa evidencia de los estudios de nutrición
La gravedad de las pruebas, el peso de las mismas con las que alguien puede justificar o argumentar una recomendación es una cuestión importante. Cuanto más importante sea una prueba… cuanto mayor sea el nivel de las evidencias al respecto de una determinada cuestión, bien sea para probarla o para refutarla, más contundentes serias e inamovibles (en principio) serán las recomendaciones. El caso es que en nuestras circunstancias nos es muy difícil diseñar estudios científicos que tengan un alto nivel de evidencia (estudios clínicos controlados y ensayos controlados y aleatorizados) En su lugar, la mayoría de las recomendaciones que se hacen a día de hoy se obtienen de estudios observacionales que cuentan con un menor nivel de evidencia y de los que se pueden hacer recomendaciones de menor grado (de menor seguridad). En estas recomendaciones la población no siempre es consciente de la máxima que dice que “correlación no implica causalidad”. Pero por otra parte los modelos animales sí que se prestan a la realización de la primera clase de ensayos (los de intervención) pero sus conclusiones solo son aplicables a su naturaleza, no a la nuestra. Tristemente tenemos muchos ejemplos de estudios en animales que se han empleado para sacar conclusiones (y recomendaciones en los medios de comunicación) sobre los humanos. Un ejemplo es aquel titular que afirmaba que consumir dos copas de vino equivalía a 1 hora de gimnasio. Aunque en este caso y a esta razón se une la número 4 que veremos más adelante.
3. Los intereses comerciales
No creo que haga falta en este blog explicar a qué me refiero. He publicado decenas de artículos poniendo de relieve cómo los intereses comerciales de algunas empresas condicionan y retuercen las recomendaciones de salud dirigidas a la población, incluso aquellas emitidas por las autoridades sanitarias. Y no, no me ha dado el siroco conspiracionista. Sin ir más lejos es lo que dijo exactamente Margaret Chan (directora general de la OMS hasta hace un año) en este discurso que yo titulé “Todo podrido”. O cuando puse de relieve y recabé firmas para poner en evidencia el pasteleo de nuestro Ministerio de Sanidad y la Fundación Alimentum, en el conocido (y aun en vigor “Plan HAVISA”). O cuando se destapó el feo asunto de Cocacola financiando universidades y grupos de investigación para que firmaran artículos que fueran complacientes con sus intereses. No busques hoy mayores referencias al Global Energy Balance Network (que así se llamaba) porque ya se han encargado de hacer desaparecer todo rastro (se ve que no han podido con el artículo del New York Times). O los centenares de estudios, noticias o anuncios financiados por la interprofesional de la cerveza (Centro de Información Cerveza y Salud), la del vino (FIVIN) o la del cerdo (Interporc). Por tanto, si lo que quieres es oír hablar bien de un determinado producto consulta los estudios que financian los respectivos productores. Los más potentes tienen estudios “científicos” incluso que van a la contra de las más elementales recomendaciones. Pero claro, eso no es ciencia, es márketing.
4. El amarillismo nutricional
Amarillismo es, hablando pronto, el sensacionalismo. Una estrategia periodística bien definida hasta hace unos años, en la que unos medios (da igual de qué tipo) eran amarillistas a diferencia de otros que eran “los serios”. Hoy, por la razón que sea (la apisonadora de Internet, la amplia distribución de las redes sociales…) todos los medios son en mayor o menor medida amarillistas. Gustan de estrategias tituladas al estilo anglasojón como clickbait (cebo para que clickes y compartas contenidos), Fake news (noticias falsas) u HOAX (bulos) sabedores del interesantísimo rédito en cuestiones de visibilidad que tienen este tipo de prácticas. Nada nuevo bajo el sol; ya a principios de siglo XX el magnate del periodismo William Randolph Hearst (Ciudadano Kane para los más cinéfilos) era conocido por dirigir a los directores de sus radios y periódicos arengas del estilo a “no dejéis que la verdad os arruine una buena noticia”. Existen infinidad de ejemplos para ilustrar esta razón, desde el chocolate adelgazante, a la cerveza que es mejor que el paracetamol para los dolores, pasando por lo de que el vino antes de dormir adelgaza. Y así suma y sigue.
5. Los consumidores devoradores de noticias molonas
Hasta aquí he dado cuatro razones que bien individualmente o bien en variada combinación, ayudarían a explicar la diversidad de mensajes en materia de nutrición. Razones en las que el usuario es la víctima y la mala ciencia, los intereses comerciales y/o los periodísticos los culpables. Pero también hemos de ser consciente que somos los mismos usuarios los que demandamos y luego propagamos tonterías sin sentido por el mero hecho de lo convenientes que nos resultan. Este hecho se puso de relieve de forma maravillosa en el siglo XVII por el pintor flamenco Jan Van de Velde, al titular una de sus obras Populus vult decipi (“La gente quiere ser engañada”). Reconozcámoslo, buscamos con ahínco la solución fácil, el remedio milagroso, la píldora que alcance a obrar todos nuestros anhelos, sin esfuerzo, sin preocupaciones. Buscamos, y cuando “la encontramos” la compramos… ya que siempre va a haber alguien dispuesto a decirnos aquello que queremos oír. Aunque sepamos que es mentira, pero consumimos el producto y justificamos nuestra conducta ante los demás dando pábulo a la memez de turno. Un estupendo ejemplo sería el caso del uso del colágeno como suplemento. ¿Acaso nuestra conciencia no se queda más tranquila al beber cerveza “sabiendo” que su consumo reduce el riesgo de diabetes y demás cosas por el estilo? Nosotros también somos culpables a la hora de perpetuar mensajes equívocos sobre salud y alimentación.
Las conclusiones de todo este maremágnum nutricional se resumen en:
- Cuando algo suena lo suficientemente increíble como para que sea verdad es que es mentira.
- A día de hoy se tienen muy pocas cosas por absolutamente ciertas en materia de nutrición, y de estas, la mayoría no tienen un mayor atractivo comercial. Eso que se sabe a día de hoy se puede resumir en esta esta guía alimentaria o en esta otra.
- Cuando seas conocedor de un nuevo descubrimiento o de un mensaje que rompe diametralmente con lo que ahora sabemos, pon en práctica tu pensamiento crítico y pásale el cuestionario de estos cinco puntos a ver si lo supera. Y si no tienes recursos para evaluarlo de forma conveniente, pide ayuda a alguien de tu confianza
Puedes descargar aquí al completo la presentación que usé para la charla “Mitos nutricionales: Convencidos pero equivocados”.
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(*) El elenco de participantes en este curso fue espectacular y para mí por tanto todo un placer el encontrarme entre ellos: Luis Alfonso Gámez (@lagamez), Jose Luis Ferreira (@JL_Ferr), Mara Castillo Mallén, Joaquín Sevilla (@Joaquin_Sevilla), Manuel F. Herrador (@mfherrador), Jose A. Pérez Ledo (@mimesacojea), Suso Fernández (@SusoFePe) y Guillermo Quindós (@ErnestoQA).
Muy ilustrador y ameno artículo.
Muy cierto, el consumidor tiene en gran parte la culpa (pero no toda) de los productos milagro que compra y consume, para adelgazar o tener una buena salud.
La pereza física de unos es el motor de los otros que venden mentiras.
Culpables de la situación, en cuanto la confusión sobre qué es lo saludable para alimentarse, no es de unos, sino de muchos; desde la escuela que no aporta mucho a los niños sobre qué deben y qué no deben comer para estar sano, hasta quienes padecen sobrepeso, pero quieren perderlo con productos mágicos únicamente.
Por otro lado, y volviendo a su artículo, éste es muy digerible, pese a tocar temas complejos; y por supuesto, aporta gran valor a quienes leemos su blog.
Desde aquí, un abrazo fraternal.